Conferencia
presentada en el
5° Congreso Internacional de Audiopsicofonología
Toronto, 1978.
Título
original: "L'Univers Dyslexie"
Traducido por: Blanca Chacel.
EL UNIVERSO
DISLEXIADO
Me permito
proponer que abramos un paréntesis en el marco de este
congreso consagrado a la dislexia, para ocuparnos un momento del
niño o del adolescente que se oculta tras el fenómeno
"dislexia", tras esa etiqueta que un buen día
le impusieron unas personas muy sabias, con la intención
según parece, de designar particularmente sus dificultades
en la lectura y más generalmente, su inadaptación
escolar.
Olvidemos
por un instante el trastorno "dislexia" y vayamos al
encuentro de aquél a quien se ha investido con ese título:
el disléxico. Para nosotros, especialistas, la dislexia
no existe más que en las bancas de la escuela, en cambio,
el disléxico existe también durante el recreo, en
su casa, con sus amigos, sólo consigo mismo, mientras duerme
y en sus sueños; y es que el disléxico es disléxico
cada segundo de su vida.
Los padres
de esos niños saben bien de qué estoy hablando,
ya que ellos más que nadie se encuentran en condiciones
de decir hasta qué punto es difícil comprender a
esas criaturas y hacerse comprender por ellas. Pero es frecuente
que esos mismos padres no sean capaces de descubrir la relación
que pueda existir entre ese niño tan agresivo o insoportable,
o bien tan ausente o distante, o aún tan triste, o tan
caprichoso, o tan bueno demasiado bueno en la casa por una parte;
y, el mal alumno en la escuela por la otra. El disléxico
es difícil de situar, ya que él mismo no se sitúa;
desorienta, porque el miedo se siente desorientado. En efecto,
proyecta sobre los demás su universo interior que nosotros
denominamos "dislexiado", de modo que, a pesar suyo,
y sin que los demás se den cuenta, "dislexia"
la relación.
Los padres
no son los únicos que se sienten confundidos ante tales
sujetos. Lo mismo les sucede a los especialistas. Un psicoterapeuta
me confesaba recientemente que a veces se sentía desarmado
ante el comportamiento de ciertos adolescentes disléxicos
a quienes quería ayudar, y no sabia qué hacer con
ellos. Durante la terapia, esos jóvenes se le escabullían
como peces entre las manos, se mostraban superficiales, no manifestaban
ninguna motivación, dando la impresión de que estaban
representando un papel, de no saber lo que querían. Resulta
imposible tener con ellos una relación clara, franca. Ese
mismo terapeuta encontraba el trabajo con algunos de ellos tan
desalentador que alguna vez había llegado a abandonar la
acción emprendida. Aquellos jóvenes adolescentes,
en cierta forma habían "dislexiado" la relación
terapéutica de modo que los efectos de la terapia habían
quedado neutralizados.
Del mismo
modo en la escuela, los maestros pronto se sienten desorientados,
"dislexiados", por tales energúmenos. Muchos
maestros incluso los más conscientes acaban por capitular
un día u otro y, hartos de luchar, llegan a atribuir al
joven disléxico todos los calificativos reservados a ese
género de niños, tales como holgazán, perezoso,
desaplicado, impertinente, revoltoso, malpensado, atolondrado...,
por no citar más que unos cuantos. Y esos alumnos, transmitiendo
a su alrededor su malestar interior, se convierten a menudo en
los chivos expiatorios de la agresividad del grupo, en el hazmerreír
de todos. Son, en suma, los marginados de la clase. Resulta entonces
que sus esfuerzos para integrarse al grupo escolar terminan en
fracaso.
Por haber vivido la experiencia de la dislexia hasta la edad de
18 años y habiendo disfrutado luego del beneficio del Método
Tomatis, he tenido la suerte de haber franqueado el muro hacia
la comunicación armoniosa. Ello me permite encontrarme
hoy entre ustedes que buscan el procedimiento de ayudar lo más
eficazmente posible a esos jóvenes desamparados. Querría
constituirme en el portavoz de aquellos que, no sabiendo cómo
dar ese paso, se extravían, de aquellos que se cansan de
leer, semana tras semana en letras rojas, al margen de sus tareas:
"muy mal", "mal escrito", "inútil",
"para tirar a la basura", o bien "tiene que volver
a la primaria", de aquellos que guardan para sí sus
pensamientos y sus resentimientos por incapacidad de traducirlos
en palabras y en estructuras lingüísticas adecuadas.
Me dirijo
a los especialistas, a los maestros y a los padres que tratan
de aclarar más el trastorno de la dislexia con el fin de
encontrar nuevas soluciones. Primeramente procuraré hacerles
sentir a ustedes el universo que se ha construido el niño
que padece un fracaso escolar y del que ya no sabe cómo
librarse. Este acercamiento tiene por finalidad ayudar a comprender
mejor por qué esta dificultad escolar, que es la dislexia,
puede representar un importante papel en el desarrollo de diversas
afecciones psicológicas o psiquiátricas tipo delincuencia,
estado depresivo o tendencial al suicidio en los casos más
extremos.
Finalmente,
abordaré algunos aspectos del proceso educativo y terapéutico
que debe adoptarse con los disléxicos, particularmente
con los adolescentes.
Con el fin
de permitirles captar lo que puede ser el drama interior del disléxico,
me propongo describir una situación que en muchos aspectos
es comparable a una en la que sin duda muchos de ustedes se han
encontrado: la del extranjero. ¿Por qué esta analogía?
Porque durante varias estancias prolongadas en países extranjeros
he sentido a veces reminiscencias de mi dislexia vivida anteriormente.
Sin embargo, esta comparación no es más que una
palidísima copia del universo del disléxico, cuyos
límites y diferencias iremos analizando.
Imagínense
cada uno de ustedes que se encuentra aislado en un país
de lengua extranjera en el que, por ejemplo por razones profesionales,
se ve en la necesidad de comunicarse por medio de un pobre bagaje
lingüístico. Usted sabe muy bien lo que desea decir
pero no puede expresarlo más que incompleta e imperfectamente;
las palabras y las estructuras mal integradas por medio de las
que usted trata de verbalizar su pensamiento no resultan más
que aproximativas, no le permiten matizar su discurso. Cuando
su interlocutor toma la palabra, usted no capta más que
una parte de lo que dice, y creyendo haber entendido, o harto
de hacer repetir, contesta usted en consecuencia, induciendo a
desviaciones que agravan la confusión. Hasta cierto punto
sólo se ha comprendido lo que usted expresó pobremente
y no el mensaje real que quería transmitir; igualmente,
usted ha contestado a lo que ha "malentendido" y no
a lo que verbalmente significa. Inútil decir que, tal conversación
se convierte pronto en una fuente de "malentendidos"
que falsean el contenido del diálogo, pudiendo, en ciertos
casos, deteriorar la relación entre los interlocutores.
Por otra parte, el hecho de tener que buscar incesantemente las
palabras y tratar de comprender lo que dicen los demás,
exige tales esfuerzos de atención y de concentración
que pronto pierde uno el hilo de las ideas y se siente cansado,
exhausto.
Algunos episodios
de este estilo bastarán para disminuir su motivación
y para desanimarlo, y no tardará usted mucho en llegar
a la conclusión de que ha perdido la confianza en sí
mismo. Se sentirá a disgusto e inhibido en sociedad; de
un momento a otro sentirá horror de todo ese mundo nuevo
que lo rodea llegando quizá a rechazarlo y a sentirse rechazado
por él. De todo esto se desprende una sensación
de náusea que se llama nostalgia, añoranza, "mal
de la casa", como dicen los ingleses (homesickness) para
expresar ese deseo de volver a casa, al país natal, ese
deseo que va desarrollándose en el fondo de uno mismo.
Esos desagradables resentimientos podrían también
ser denominados el mal o la neurosis del extranjero, y son precisamente
aquellos con los que el disléxico trata de convivir o dejar
de tratar, o llega a negarse a hacerlo.
Tomatis ha
demostrado que el fenómeno de dislexia se debe a una disfunción
del captador auditivo que acarrea los trastornos de la lectura
y de la reproducción(escritura) de la representación
gráfica de los elementos sonoros que constituyen la lengua
hablada. En breve solo podemos emitir, leer y escribir lo que
oímos.
Para ilustrar
la explicación de Tomatis, y para captar mejor la identidad
que existe entre el universo extranjero y el disléxico,
vamos a ofrecer una antología: Interponga usted entre un
interlocutor y usted mismo un captador deficiente, por ejemplo:
un receptor telefónico que no esté concebido con
el fin de transmitir el espectro sonoro de la voz en su exacta
tonalidad, sino sólo para reproducir lo estrictamente indispensable
para la comprensión de la informática verbal. En
tal situación, el mensaje, resultará comprensible
mientras el vocabulario utilizado le sea familiar, pero, en cuanto
aparezca una palabra nueva, le pedirá a su interlocutor
que la deletree, e incluso para evitar las confusiones sonoras,
convendrá mencionar una palabra conocida cuya letra inicial
corresponderá mencionar una palabra conocida cuya letra
inicial corresponderá a la letra nombrada (a, de Alfonso,
etc)
El disléxico
no tiene referencias anteriores que le permitan hacer la corrección
sónica del mensaje. Todo sucede para él como si
siempre hubiera oído a través de un receptor telefónico;
todas las palabras, todas las letras las percibe y las analiza,
a través del auricular, de manera distorsionada. Además,
hay que precisar que el oído de esos niños es generalmente
un receptor mucho menos fiel que el teléfono, ya que a
diferencia de este último, la mayoría de las distorsiones
sonoras se sitúan en el nivel frecuencia del mensaje verbal.
Además, la facultad de escucha de estos niños es
particularmente fluctuante. Esas variaciones del escuchar son
una fuente suplementaria de confusiones en la búsqueda
de los indispensables puntos de referencia para la interpretación
y la memorización de las nuevas adquisiciones. Todo esto
permite comprender mejor las dificultades que encuentran esos
niños para deshacerse permanentemente de sus faltas de
ortografía y la gran diversidad de éstas a través
del tiempo.
Una vez dadas
estas precisiones sobre la dislexia, volvamos a ocuparnos del
disléxico. Semejante al extranjero que sufre las dificultades
de la comunicación por no haber sabido adaptar su capacidad
de escucha a los niveles frecuenciales de la nueva lengua, el
niño que padece dificultades escolares no conoce su propia
lengua más que a través de una percepción
auditiva mal establecida. El lenguaje permanece entonces exterior
a él; él no sabe integrarlo, es decir impregnarse
de éste, engranarlo neurológicamente, encarnarlo.
Por este hecho, el lenguaje resulta para ese niño letra
muerta: el disléxico es un extranjero en el mundo de la
comunicación verbal. La mejor prueba de ello consiste en
su manera de expresar que no lo olvidemos, nos informa de su autocontrol
por medio del oído, de la manera que él se oye hablar.
En general, su voz en la mayoría de los casos no es sino
un refunfuño monótono, sin modulación, disonante,
como si "hablara en falso". Además, su vocabulario
es pobre y las palabras y entonaciones que emplea no corresponden
a las situaciones descritas; las frases resultan mal construidas,
el discurso es confuso, mal estructurado y entrecortado por múltiples
vacilaciones. Frecuentemente es indispensable hacerle repetir
lo que dice para tratar de comprenderlo.
A diferencia
del disléxico, el extranjero con dificultades de comunicación,
a pesar de sus desagradables experiencias, permanece sostenido
por una estructura de adulto, resultado de anteriores experiencias
que le han demostrado sus capacidades en otras situaciones, por
lo que se siente sólido y está seguro de sí
mismo. En cambio, la potencialidad del disléxico no ha
podido afirmarse nunca; a él le faltan las pruebas de la
experiencia; carece de bases sólidas que le impidan dudar
de sí mismo y de vacilar.
Por otra parte
el disléxico padece constantemente la sensación
de malestar, de poseer un cuerpo-instrumento que no sabe domesticar.
El lenguaje, producido por nuestro cuerpo, permite el encuentro,
el diálogo con uno mismo, la armonía del cuerpo
con la psiquie. Si lo que Tomatis llama la "dinámica
estructurante" del lenguaje no se ha cristalizado neuróticamente,
se produce la desarmonía, la disonancia interior; disonancia
que impone al niño un univeso de malestar, universo que
él habrá de proyectar sobre los demás y a
través de los filtros con que él deforma su percepción
del prójimo. Es frecuente que los disléxicos sean
seres de movimientos torpes; parece que les estorba su propio
cuerpo, como un traje demasiado nuevo o demasiado ajustado; no
saben que hacer con sus miembros, especialmente con las manos,
y su postura, ya sea rígida, ya sea blanda, carece de naturalidad
y de soltura. Ese mal diálogo con el propio cuerpo explica
en parte su timidez, tan frecuente, y los complejos acerca de
su físico que se desarrollan en él a partir de la
pubertad. El disléxico está "dislexiado"
hasta en su cuerpo.
Volvamos una
vez más a nuestro extranjero y su nostalgia. Este sujeto
puede remediar su añoranza de la patria por medio de un
viaje-huida a las tierras natales, sirviéndose de un boleto
de vuelta. El disléxico sufre igualmente con nostalgia
de un lugar perdido en el que no era necesario el lenguaje para
la comunicación. La fuga tan frecuente en este tipo de
joven, es el signo más elocuente de esa nostalgia. Pero
para él es imposible el regreso al país natal de
la realidad, por lo que se interioriza y lo hace plausible en
las imágenes de los sueños, ensueños y fantasmas.
La distracción es un medio discreto y eficaz de huir de
la realidad. Quizá más tarde busque ese boleto de
regreso en el alcohol, las drogas, ciertas músicas, ciertos
movimientos marginales, o en la huida a países exóticos.
Así, los mercaderes de ensueño se enriquecen con
ellos.
Pero todas estas huidas acaban siempre en un brutal regreso a
la realidad. ¿En qué piensa un niño disléxico
por la mañana, cuando el despertador interrumpe sus sueños?
¿En la escuela y en las malas notas que ahí le esperan?
¿En el regreso a casa con las malas notas que tiene que
enseñar u ocultar a sus padres, decepcionados y descontentos?
El ciclo de fracasos entre la casa y la escuela impregnan toda
su existencia. Ya comprenderán ustedes por qué resulta
tan difícil a veces sacarlo de la cama por la mañana.
Como el prisionero en su celda, va contando los días que
lo separan de sus próximas vacaciones-huidas tan imaginadas;
y cuando por fin llegan éstas, el sueño vuelve a
transformarse en realidad, realidad de un universo "dislexiado"
hasta en los ocios. Su malestar interior se transforma entonces
en aburrimiento, en inercia, fermentos de angustia y de las aprensiones;
aprensión al regreso a la escuela que va acercándose
irremediablemente, día tras día, y que habrá
de traer la carga de los acumulados fracasos pasados: repetición
de año, cambio de escuela, internado y otros... Nada tiene
de extraño que en muchos casos los malos alumnos son los
que no saben divertirse.
Como todo ser psíquicamente normal, el disléxico
necesita comunicación, pero su dificultad para encontrar
el verbo le hace rechazar la forma lingüística de
comunicación que se le impone. El tipo de diálogo
que busca no puede ser otro que el no verbal, afectivo. Este diálogo
ha existido en su plenitud en el momento en que madre y niño
no eran todavía dos entidades distintas, en el momento
en que no formaban más que una sola: "in útero".
La actitud a menudo inmadura del disléxico, extraño
al mundo del lenguaje, es el efecto de su nostalgia del país
prenatal, perdido desde hace tiempo.
La memorización
intrauterina, mediante la voz de la madre, filtrada tal como se
utiliza en el Método Tomatis aporta una respuesta terapéutica
concreta y directa a ese punto capital de la etiología
de la dislexia; la nostalgia del extranjero en el mundo de la
comunicación verbal y su transcripción gráfica.
La evolución
y la modificación de los trastornos del disléxico
dependen de varios factores estrechamente implicados unos con
otros. El temperamento propio de cada individuo es un punto capital;
le sigue en importancia la influencia de la dinámica familiar,
es decir el papel que, respectivamente, representa el padre y
la madre, así como la calidad de las relaciones entre ellos.
También
el medio socio-cultural tiene un lugar importante, así
como las vivencias que lo han marcado, de las cuales las más
notables pueden ser un nacimiento difícil o prematuro,
las enfermedades, el stress, los terrores, duelos, divorcio de
los padres, celos de un hermano o de una hermana. Estos elementos
etiológicos provocan en el niño en un momento dado
una actitud de retraimiento del mundo en el cual vive que, según
Tomatis, se traduce de manera concreta en una desconexión
al nivel captador auditivo. Todo sucede como si el niño
se negara a educar su oído.
Más
tarde, el niño, convertido ya en alumno, se encuentra atrapado
por su mismo sistema de defensa, ya que ha dejado de ser capaz
de adaptar correctamente su oído para "enfocar"
los sonidos; es decir que ya no sabe disponerse a escuchar, se
encuentra entonces encerrado en este falseado universo y sufriéndolo.
¿Qué pasará? A la luz de una mejor comprensión
del universo del disléxico, resulta más fácil
concebir cómo el niño, al crecer, atravesará
la pubertad, la adolescencia, para convertirse en un adulto, si
no tiene la oportunidad de encontrar una ayuda eficaz en el plano
pedagógico y psicológico.
El disléxico
que no padece más que ligeros trastornos logrará
quizá, a fuerza de tenacidad -que en la mayoría
de los casos es la de sus padres- subir, con gran esfuerzo, los
escalones de la escolaridad; y ese penoso camino irá sacudido
por repeticiones de cursos que le herirán el amor propio
y cristalizarán su posición de fracaso. Lo mismo
sucederá con los cambios de la escuela, que le harán
perder a sus compañeros y que agudizarán su dolor
de extranjeros, de rechazo, de malquerido. Los esfuerzos que haga
serán desproporcionados respecto de los resultados que
obtenga. La mayoría de su potencial lo desperdiciará
en compensar su "handicap" ante la letra. Ciertos disléxicos
realizan esa compensación hasta tal punto y tan bien que
llegan a resultar buenos alumnos y buenos estudiantes, pero ¡a
qué precio! Cuando la faena escolar, y a veces universitaria,
llega a duras penas a su fin, el disléxico no ha llegado
por ello al término de sus miserias, ya que éstas
habrán de perseguirlo hasta en su vida profesional. El
adulto disléxico se ve coartado por su falta de memoria,
por una desfalleciente concentración, por una atención
difícil de sostener largo rato. Su embrollada formulación
le impide hacerse entender y al no tener una réplica espontánea,
se encuentra en cierto modo distanciado durante las reuniones
en las que son de rigor las justas oratorias. Al no sentirse nunca
considerado en su verdadero valor, recurre a todos los medios
posibles para disociarse de sus colaboradores. Esta brecha permanente
entre lo que es y lo que presenta de sí mismo aparece como
una de las causas de su difícil integración al medio
profesional.
Existe además, el disléxico que llega a la edad
adulta sin darse cuenta, más bien a pesar suyo. En él
ha desaparecido todo deseo de llegar a ser algo, de dirigir su
vida, y, negándose a encargarse de sí mismo, es
decir de asumir su estado de adulto, se deja llevar. Al azar de
los días y de los encuentros, a través de una existencia
de la cual no es dueño. Su falta de confianza en sí
mismo lo ha hecho influenciable, por lo que va incesantemente
en busca de imágenes que le dan seguridad, imágenes
maternas, por medio de las que intenta desahogar su inmadurez
afectiva, e imágenes fuertes, paternas, a través
de las que trata de identificarse, existir por medio del otro
y a los ojos del otro. El sentido de su vida depende de la orientación
de sus encuentros; si tiene suerte, será adoptado por un
medio cálido y estructurante, en cuyo seno encontrará
un poco de confianza en sí mismo y amor a la vida; en cambio,
la mala suerte puede conducirlo hacia encuentros nefastos; habrá
quien sepa explotar su falta de autodeterminación e inducirlo
a cometer todo género de fechorías. A veces citan
los periódicos el caso de personas que parecen ser las
primeras sorprendidas por los delitos de que se les acusa, como
si la realidad hubiera interrumpido repentinamente un sueño.
¿ En qué medida esos "irresponsables"
no son de los que estoy hablando?
Muchos disléxicos
reaccionan a su trastorno de la comunicación manifestando
una feroz oposición a la familia, a la escuela, y, más
tarde a la sociedad. Esos jóvenes se vuelven turbulentos,
peleoneros y a veces violentos, rebeldes en suma. Es importante
hacer notar que las pruebas efectuadas para evaluar la capacidad
de "escucha" de esos jóvenes indican a menudo
una percepción de sonidos hasta tal punto distorsionada
que llega a ser desagradable, incluso intolerable. De todo ello
resulta una comunicación verbal vivida como un choque,
una agresión de la que se defiende por medio de la agresividad.
Esto significa que al disléxico más violento no
debe, en ningún caso, confundírsele con un psicópata,
ya que no obra así por perversión. Es su angustia
la que se expresa; su grito es un grito de desamparo incomprendido;
su violencia es una reacción dolorosa ante una falta de
afecto; su agresividad es una tentativa de liberación de
un sufrimiento profundamente anclado en él. De modo que
la rebeldía, la destrucción, la delincuencia, no
son más que los utensilios que él ha forjado para
hacer pedazos su cruel realidad; no son, en suma, más que
diversas formas de huida.
Por otra parte,
existe la huida de sí mismo, el retraimiento, la proyección
total del universo "dislexiado". En este caso la agresividad,
el oído, la violencia se encierro en él yo profundo
del sujeto incapaz de romper su caparazón. Desde hace mucho,
sus dificultades de comunicación verbal le impiden expresarse,
confiar, apoyarse en el prójimo, ni siquiera por un momento.
Tal conflicto interno se convierte en un fermento de angustias
insostenibles. El suicidio es una de las posibles huidas, la otra
consiste en la disolución psicótica, especie de
asesinato de la conciencia.
Afortunadamente,
esos extremos son poco frecuentes, pero no por ello deben olvidarse.
Esta breve
descripción de las secuelas del universo "dislexiado"
demuestra hasta que punto es necesario descubrir la dislexia lo
antes posible, incluso antes de que el niño sufra por ella;
descubrirla en el lugar en que él se encuentra la mayor
parte del tiempo: en la escuela es donde habrá que considerar
y preparar el remedio aplicable a ese trastorno.
Si desde los
primeros años de la escolaridad se procede a atender al
disléxico, éste puede quedar libre de su "handicap",
gracias a los métodos pedagógicos tipo Montessori.
Estos métodos, no solamente motivantes, activos y concretos
permiten desencadenar procesos de integración al explotar
en su totalidad la actividad sensorial-motriz del niño.
Además, considera la letra como la representación
gráfica de los sonidos, es decir, que en la práctica
asocian los mecanismos de la lengua hablada y de la lengua escrita.
Así atribuyen un lugar de preferencia al oído, considerado
como principal vector de la integración lingüística.
Ya hemos visto
que el disléxico es un extranjero en su propia lengua a
causa de un captador auditivo mal entrenado. La dificultad de
toda técnica pedagógica ante los alumnos disléxicos
consiste en que las informaciones sonoras que ellos perciben -sea
cual sea su calidad real- están irremediablemente desnaturalizadas.
Para allanar esta dificultad, interviene el efecto corrector del
Oído Electrónico que, utilizado en un medio pedagógico
se convierte en un instrumento al servicio del educador, ya que
él permite ser verdaderamente oído por el niño;
en cuanto a éste último, le ofrece la posibilidad
de utilizar el lenguaje para volver a encontrarse a sí
mismo y llegar al otro. El Oído Electrónico actúa
como un catalizador de la palabra. Una vez llevada a cabo esta
educación de "escucha", el alumno y el maestro
se encuentra "conectados" con la misma longitud de onda,
el mensaje pasa, y la integración se hace posible y agradable.
La mayoría
de los niños disléxicos son inmaduros y agresivos.
Por estar replegados en lo imaginario se encuentran instalados
en el reino del pasado y no pueden ni siquiera salir de él.
En tal caso, antes de intervenir en el plano de la integración,
es necesario provocarles el deseo de enfrentarse a la realidad,
dándoles la oportunidad de realizar de una vez por todas
ese viaje de vuelta al paraíso perdido. La memorización
intrauterina, tal como se practicó en el Método
Tomatis, ayuda al niño a aceptar el despertar a la realidad
presente, despertar que se manifiesta por el deseo de aprender
a llegar a ser. El educador sabrá responder inundando al
niño de esa dinámica estructurante que es el lenguaje.
El problema
de la corrección de la dislexia se plantea de otra manera
entre los doce y los quince años. La mayoría de
los especialistas consideran que, pasada esa edad, el trastorno
es incurable. Todo sucede como sí, en el momento de la
gran mutación puberal, el universo disléxico se
cerrara sobre sí mismo e impidiera definitivamente toda
acción pedagógica y reeducativa. En ese momento
es cuando aparece de manera sobresaliente la nostalgia del extranjero-disléxico,
y el problema -hasta entonces pedagógico- va deslizándose
poco a poco hacia el campo de las neurosis. Todo el mundo se pone
entonces de acuerdo para mandar a nuestro "extranjero"
a consultar al psicoterapeuta, el cual reacciona a menudo como
aquél que mencioné en la introducción de
esta exposición.
¿ Por
qué los terapeutas se sienten desarmados ante el adolescente
disléxico? Porque su principal instrumento terapéutico
es la comunicación verbal, núcleo de toda la problemática
del disléxico. ¿ Creerían ustedes en la belleza
si se la describiera con palabras que sonaran al oído como
falsedad? Además, ¿ Qué hacer con esa comunicación
verbal?
¿ Traducir su dificultad en palabras y en frases? ; ¿Formular
esa dificultad? El disléxico no sabe hacerlo, ya que ante
todo, ese es su defecto. ¿Develar su universo, su único
refugio? A eso, se niega. Las únicas armas con que cuenta
la psicoterapia, a saber, la formulación y la introspección,
no pueden servir más que para reavivar esas llagas. El
reflejo del "paciente" será la huida, ya que
el disléxico es maestro en el arte de huir.
La neurosis
del disléxico plantea entonces un problema muy particular
de acercamiento terapéutico que Tomatis ha intentado resolver.
Ya hemos mencionado el efecto corrector del Oído Electrónico
y de la memorización intrauterina sobre la nostalgia del
universo fetal; pero no basta con esto; el adolescente disléxico
tiene necesidad, a lo largo de todo el programa de entrenamiento
de "escuchar", de un sostenimiento psicoterapéutico
que no caiga en las limitaciones de las técnicas tradicionales.
En vez de hacer largos discursos, me propongo solamente poner
de relieve unos cuantos recuerdos y reflexiones sobre mi propio
camino terapéutico con el Dr. Tomatis.
En efecto
estoy convencido de que ese tipo de sostenimiento está
idealmente adaptado al adolescente disléxico.
Tomatis no
fue el primer especialista con quien yo traté, mis padres
me habían hecho "examinar" en todos sitios, y
todo había fracasado; yo era más que nunca el último
de la clase, hasta tal punto que la escuela no quería saber
yá más de mí. En efecto, mis resultados eran
tan catastróficos que se acabó por renunciar a mi
escolaridad. Ni hablar de un aprendizaje técnico, ya que
era incapaz de sostener una herramienta, y, sobre todo, no sentía
ninguna atracción por las actividades manuales. A pesar
de aquella sucesión de fracasos, el primer encuentro con
Tomatis reanimó inmediatamente mi esperanza.
Recuerdo
haber sido particularmente sensible al hecho de que, por primera
vez, alguien comprendía mi mal, sabía verbalizar
clara y precisamente lo que muy indistintamente sentía
yo en el fondo de mí sin haber sabido jamás definirlo
y, mas aún a formulárselo a los demás. A
diferencia de los demás especialistas que había
visto antes, éste no me pedía que me explicara,
sino que era él quien me explicaba a mí. Siempre
he conservado y conservaré en la memoria la exactitud y
precisión del retrato que trazaba de mí, un retrato
francamente más parecido que una copia del natural; allí
apareció todo lo que no era realmente de mí mismo
pero que yo había incluido en mi universo como algo inherente
a mi ser; y toda la máscara quedaba allí en cierto
modo eliminado. Yo me reconocía muy bien entonces, pero
como transfigurado, tal como confusamente había deseado
ser. En poco tiempo, había anclado en mí una imagen
"no disléxica" que fue el hilo de Ariadna en
todo mi periplo terapéutico.
Tomatis no
hacia ninguna pregunta sobre mis dificultades, mi pasado, mi escolaridad.
Tenía en la mano mi prueba de "Escucha" que me
había hecho tomar unos instantes antes de nuestro encuentro,
y me hablaba como si me hubiera conocido desde siempre; me decía
lo que yo era capaz de llegar a ser, y disipaba con toda naturalidad
la bruma en que desde hacía mucho tiempo se había
extraviado mi vida. Todo se volvía sencillo, evidente,
y su naturalidad y su calma imprimían en mí la certidumbre
de lo que él exponía.
Me propuso
finalmente que fuera a verlo a París a su Centro a fin
de trabajar juntos para tratar de resolver aquellas "pequeñas
miserias" que me fastidiaban, pequeñas miserias de
las que yo había hecho un mundo; pequeñas miserias
de las que ni siquiera habíamos hablado. Y me dijo que
era yo y no mis padres quienes tenía que tomar la decisión
de la "cura". Yo acepté inmediatamente aquella
proposición.
Recuerdo
haberle preguntado antes de despedirnos si aquella empresa no
iba a "cambiar mis sueños". Y es que cuando se
ha construido uno un universo, le cuesta trabajo abandonarlo aunque
sufra en él. Tal fue mi primera resistencia, ¡y no
fue la última! Aquella entrevista tan hondamente fijada
en mi mente, fue de corta duración.
No es necesario
precisar que aquella conversación tuvo un efecto totalmente
diferente, incluso opuesto a todas las precedente. Lejos de sentirme
aplastado por los problemas que me quedaban por resolver -sensación
muy desagradable que había sentido siempre después
de una visita a un especialista-, me sentían aligerado
de aquel mal, ya que, en lugar de insistir sobre lo que no iba
bien, Tomatis supo discernir lo bueno que había en mí
y dialogar con ello; no le hablaba al disléxico, sino que
sé dirigía al ser al que la dislexia había
ido opacando poco a poco.
Aquella primera
entrevista revela los hilos conductores de la conversación
terapéutica tal como la practica Tomatis. Resulta interesante
descubrir esas líneas de fuerza y desarrollarlas, dejando
establecido que, por una parte, es el conjunto de todos los elementos
lo que dá a la conversación su especificidad y su
valor, y, por otra parte, un acercamiento terapéutico no
puede ser estandarizado, sino que debe encajar perfectamente con
el temperamento del psicólogo; y la naturalidad es un factor
indispensable. De modo que de ese acercamiento hay que retener
la quinta esencia, el espíritu, más que su estilo.
Yo no presento aquí más que un esbozo que requeriría
muchos desarrollos.
Para la invitación
al diálogo, es indispensable una profunda y total comprensión
del mundo oculto del disléxico. Solamente el conocimiento
de los síntomas resulta absolutamente insuficiente, y puede
incluso llegar a ser engañoso. Naturalmente, el terapeuta
que ha vivido por sí mismo las "colas" de las
clases y todo lo que acarrean, es un privilegiado; a condición,
por supuesto, de que haya sabido sobreponerse a esas dificultades.
Yo deseo que esta comunicación haya aportado algunas aclaraciones
sobre este universo tan particular y -así me parece- tan
hermético para quien no lo haya experimentado. No exagero
demasiado al decir que el "reducto" del disléxico
es, aproximadamente, igual en todos; las variaciones consisten
en lo vivido por cada uno y en su temperamento, así como
en la profundidad de sus afectos.
Como ya hemos
visto, el primer encuentro con la terapeuta, las primeras palabras
intercambiadas, son determinantes para que marche bien la terapia.
El engrane inicial no se borra nunca. ¿ Cómo evitar
entonces esta prueba especialmente desagradable para el "paciente",
que es el sacrosanto interrogatorio de la primera visita? Hay
que tener en cuenta que el disléxico la ha "sufrido"
varias veces antes, que no puede olvidar que está sentado
en el banquillo de los acusados y que el terapeuta, a pesar de
su amable sonrisa, es un juez que, tarde o temprano, acabará
por dejar caer su sentencia: X horas de reeducación u otra
cosa. Sin embargo es necesario poseer una historia del caso y
de las pruebas para descubrir lo más posible los límites
de los trastornos del sujeto, incluso antes de pensar en corregirlos.
¿Cómo, puedes cortar ese nudo gordiano? Tomatis
lo ha resuelto de la manera más sencilla: la persona encargada
de la historia del caso y de suministrar las pruebas no es la
que habrá de tomar al sujeto en terapia; así, el
terapeuta, en posesión de todos los elementos necesarios,
podrá, sin transición, establecer el diálogo
desde el principio de la conversación y hablar al adolescente
como si siempre lo hubiera conocido, dejando así, de ese
primer contacto una impresión diferente, espontánea,
positiva.
El disléxico
gravita hasta tal punto en torno a esos trastornos que acaba por
prescindir de lo mejor de sí mismo; percibe su propia imagen
como a través de un espejo deformante que lo afea todo.
El papel del terapeuta consiste entonces en focalizar el interés
del cliente sobre la polaridad sana del ser, de manera que pueda
dar un contrapeso a aquella falseada percepción, a aquella
percepción "dislexiada" que tiene de sí
mismo y a hacerle concientizar su dimensión positiva verdadera.
La existencia
del disléxico es un camino tortuoso por el que se extravía.
Si el terapeuta lo sigue por esa vía, son dos los que se
pierden, y las relaciones terapéuticas quedan "dislexiadas".
En cambio, al indicarle la línea recta, el terapeuta lo
"pone en sus rieles". Para ello tiene que enseñarle
a discernir lo esencial, minimizando los elementos con que el
disléxico ha construido su universo. Minimizar las preocupaciones
no quiere decir dejar de hablar de ellas o no tomarlas en serio.
Ya hemos visto que, durante la conversación con Tomatis,
el universo disléxico aparecía reducido a unas "pequeñas
miserias" que casi no se mencionaron, pero más tarde,
abordamos las "miserias" más tenaces, esta vez,
abordándolas con vistas a descubrir juntos las enseñanzas
que yo podía sacar de ellas, ya que incluso el mal más
grave contiene una polaridad positiva que llega a convertirse
en una cualidad a partir del momento en que uno se sobrepone a
él.
Si el doctor
Tomatis conquistó, desde el primer momento de nuestra entrevista,
mi más absoluta confianza, fue porque yo sentí inmediatamente
la reciprocidad; y digo bien que la sentí porque él
no me la manifestó expresamente. Y tocamos aquí
uno de los puntos más importantes de nuestra entrevista:
la convicción del terapeuta de lograr el triunfo de la
acción emprendida. Ahora bien, las fases del generó
"estoy convencido de que puedas salir adelante" no tiene
ningún sentido para un ser que sufre por haber fracasado
en todo y para quien las palabras han perdido todo efecto, de
modo que tales afirmaciones no pueden menos que erizarlo más
de lo que estaba; el disléxico está harto de oír
ese "leitmotiv". La confianza es como un fluido que
emana del ser del terapeuta y que invita al ser del sujeto a dialogar
de sensibilidad a sensibilidad. Ese mensaje de fe y de amor va
más allá de todo lenguaje. El disléxico,
enfadado con las palabras, pero a menudo ávido de todas
las demás formas de comunicación, aparece particularmente
receptivo para esta forma de intercambio en la que todo reside
en la manera de hacerlo. La certidumbre del terapeuta exige un
gran dominio de sí mismo, un perfecto conocimiento de las
técnicas empleadas y, ante todo, una absoluta convicción
de la dormida potencialidad del sujeto. Tal gestión hacia
el otro implica creer en el espíritu que reside en todo
ser, a fin de dialogar con él; (espíritu se dice
en griego psyche) Para Tomatis y para los que se adhieren a sus
ideas, psicología y psicoterapia se sitúan en ese
nivel: la terapia es un acto de fe.
En la primera
entrevista, no fueron ni Tomatis ni mis padres quienes tomaron
la decisión de que siguiera el tratamiento, sino que fui
yo mismo quien la tomó; y al tomar tal decisión,
asumí una responsabilidad, me involucre en algo, acepté
participar activamente en la acción emprendida. Aquello
fue una elección; el terapeuta depositaba su confianza
en mí y yo respondía a ella positivamente; le había
dado la vuelta a una página de mi vida. El adolescente
fijado en su pasado le dejaba el lugar al adolescente que toma
una decisión para su porvenir de adulto. Aquel consentimiento
significaba encargarme de mí mismo, por mí mismo
y no por el terapeuta. Él, por su parte, estaría
presente para guiar, explicar; dar un consejo, una opinión;
Para educar el discernimiento de que tanto carece el disléxico;
en fin, la finalidad del terapeuta consiste en enseñarle
al sujeto cómo tiene que convertirse en su propio terapeuta.
Una de las
lagunas de la psicoterapia del disléxico, reside en la
comunicación verbal necesaria para aquella; esto explica
la brevedad de las entrevistas con Tomatis. En efecto, el disléxico
generalmente no puede mantener su atención más de
cinco o diez minutos, y hay que decirlo todo en ese lapso de tiempo.
Por otra parte, se observa -y no solamente con los disléxicos-
que después de alrededor de un cuarto de hora suelen repetirse
los mismos temas como si la entrevista no hiciera más que
dar vueltas. Además repetirse los mismos temas como si
la entrevista no hiciera más que dar vueltas. Además,
en el Método Tomatis, se preconizan unas cuantas entrevistas:
una o dos cada quince horas de escucha bajo el Oído Electrónico
son ampliamente suficientes para permitir que el sujeto asuma
por sí sólo los pasajes y las tomas de conciencia
inducidos por los sonidos filtrados. Tomatis compara el papel
que representa el terapeuta con el del partero, papel que no consiste
en hacer nacer - de lo que se encarga la vida misma- sino de que
está ahí para intervenir en los momentos críticos.
Así, del mismo modo que el nacimiento, la curación
es un surgimiento del ser llamado por la vida. Y esa vida se encontraba
presente hasta aquel momento, pero escondida bajo el grillete
de la existencia; el ser que tiene la oportunidad de encontrarla,
y el terapeuta está allí únicamente para
canalizar esa fuente que se encamina hacia el consciente; pero
si bien no interviene más que en los momentos críticos
-como sucede con el partero-, permanece sin embargo presente en
todos los instantes del pasaje.
Durante este
camino terapéutico, no pensé nunca que tuviera por
meta un mejor rendimiento escolar. Esa mejoría no es la
principal finalidad del Método Tomatis, sino que éste
tiene por objeto aumentar el nivel de conciencia del sujeto y
hacerle encontrar al otro.
Yo me deshacía
de mi dislexia a fin de reconciliarme conmigo mismo y, por medio
de esto, con el mundo en el que vivía y al que yo percibía
cada vez con más claridad, a medida que iba emergiendo
de aquel universo "dislexiado". El éxito escolar
no era más que uno de los medios de encaminarme hacia aquel
porvenir que con tanta impaciencia deseaba yo vivir. Había
establecido una frontera entre el presente -todavía teñido
del pasado- y el porvenir, al final de la etapa escolar, más
exactamente en el bachillerato; y enfocaba toda mi energía
en la preparación de ese pasaje decisivo. Iba guiado por
Tomatis, que me ayudaba a considerar cada vez con más precisión
mi orientación futura. Los estudios habían adquirido
ya un sentido. |